A empoderarse ganando billetes

Esta semana vi un fragmento de Buenismo Bien de refilón, pasando a toda prisa el timeline, aunque reconozco que si me detuve es porque la protagonista del vídeo era Henar Álvarez, una de las presentadoras del programa. Es una mujer a la que admiro. No sabría cómo decir, pero me cae bien desde el día en que vi un vídeo suyo. Empatizo, aunque no use su lenguaje rústico, ni me atrevas con las formas “panqui” que usa. Pero si en el fondo me encandila es porque es de los pocos reductos que quedan en la izquierda de mujer que hace de su libertad y su descaro su consigna.

Lo digo porque hasta la fecha viene pasando en la progresía que todos los roles de mujer que nos venden, en fin, muy empoderadas no parecen

Están las de los cuidados. Qué pereza con el tema. No aspiro a cuidar a nadie, no soy Wendy. Sólo quiero una pareja que haga labores equiparables en la casa, si fundamos una familia. Están las que basan toda su vida en ser madre. Te inundan con consejos de buena mujer, buena esposa, dar el biberón, el pecho… Qué malo es el capitalismo, dicen, así que dejad de luchar por ser las jefas de vuestra empresa y meteos en la casa. Me preocupan, porque le hacen el juego a lo ultraconservador, al llevar la lucha de la mujer a la esfera privada, cuando deberíamos seguir en la esfera pública: el trabajo, los derechos… –os lo he explicado otras veces

Y luego está Henar, que es definitivamente un soplo de aire fresco.

Henar es una mujer que basa su exposición en decir lo que le da la gana, en ser más chula que los hombres que la rodean, en defender las libertades femeninas a machete, y en definitiva, en portar la bandera de la libertad de las mujeres, bajo la única voluntad última de que seas lo que te dé la gana, pero que seas. Henar aprecia que nuestra lucha en la actualidad no debe ser de moral, sino de derecho a reivindicar lo que somos, más allá de etiquetas. Nuestro cometido, mujeres, es asumir que la emancipación pasa por decidir nosotras lo que queremos ser, no lo que otros esperan que las féminas sean.

Entonces aquí viene lo polémico. 

Si aparcamos la ideología, la imagen de Henar a mí me recuerda a otras mujeres como… Isabel Díaz Ayuso. Estalló la polémica. Henar podría ser también Cayetana Álvarez de Toledo, como prototipo de mujer, digo. Es decir, mujeres a quien nadie las chulea, mujeres con más ovarios que grande es cualquiera catedral inmensa. Te gusten o no, seas de derechas o izquierdas, si lo vas a pasar todo por el tamiz de los partidos, mejor no sigas leyendo este artículo. 

Henar es de los pocos ejemplos –de mujer, insisto– que a la izquierda le quedan con tal reivindicación por la libertad, sin ánimo de impartir moral ninguna. Estaré muy mal, pero las mujeres de la derecha parecen hoy más emancipadas de lo que parecen muchas de sus referentes la izquierda. Ayuso y Álvarez de Toledo son dos prototipos que no piden perdón, ni permiso. Simplemente se abren paso en un mundo tan machista como el político. Y logran el respeto del resto. 

Por eso, a mí Henar me recuerda también mucho a las feministas clásicas con las que hablo a menudo. No hay que esconderlo: si son feministas y son clásicas, son socialistas. Una queja que ellas me han trasladado es hasta qué punto una parte de la izquierda viene fabricando, de un tiempo a esta parte, modelos de mujer impartiendo moral, corrección, formas, los cuidados, la familia, hasta una especie de victimismo en sus alocuciones públicas, cuando refiere a su oficio de política.

Las feministas clásicas, que se han partido la cara por los derechos y las libertades en una España mucho más machista, flipan con que se esté regalando la bandera de la rabiosa libertad a la derecha. Es decir, que la propia izquierda nos bombardee con prototipos de los años 50, y tan a gusto. Porque Ayuso será muy empoderada a ojos públicos, pero te vende las políticas de natalidad como remedio a un aborto que parte de su votante igual hasta cree que se produce porque no te proteges, eres un poco fresca

Así que después de poner públicamente un tuit donde decía “a mí esta mujer me devuelve la vida” en alusión a Henar, lo siguiente fue ver que algunos linchaban a la periodista por su frase en el vídeo: “A empoderarse ganando billetes y fundando empresas”. Vaya. De pronto me entró la risa. Quienes la criticaban no era de derechas, sino de izquierdas, porque según decían, la presentadora le hacía el juego al capital, presuntamente, al vincular empoderamiento con dinero. 

Olvidan quienes critican a Henar lo otro que dijo. “Que se te perciba como una tía que toma sus decisiones, que hace lo que quiere y que le da todo igual, hace que te perciban como peligrosa (…) No consagréis vuestra vida a la ley del agrado. Esto significa que no tenemos que estar nuestra vida pensando en cómo gustar, porque además, si lo hacemos así, cuando dejemos de gustar porque hemos envejecido o ya no somos tan jóvenes, habremos perdido todo el valor y no va de esto. A empoderarse ganando billetes y teniendo empresas, el resto del tiempo haced lo que os salga del coño y como os salga del coño”.

Igual lo que molesta de Henar es eso: el estruendo con que habla, la libertad que regala a quienes defienden la emancipación de la mujer por encima de cualquier consigna. A ver si lo que hiere de Henar es que no vende moral de buena esposa, ni busca hacer de ejemplo de su vida, ni nos paternaliza. A saber, que fastidian sus verdades como puños: que tradicionalmente las mujeres han tenido que tragar con todo porque no tenían un sueldo propio para largarse de sus casas o dejar a sus parejas. Que la libertad económica es independencia, y que con eso cubierto, puedes reírte de los peces de colores eligiendo tú qué moral quieres. 

Que hoy eso solo lo defiende la derecha, y se así deja huérfano a una parte del progresismo, que no quiere morales y roles románticos, familiares, dejes paternalistas.  

Así que lo dicho: A empoderarse ganando billetes, o como te salgo del c…* cuerpo. Henar es una mujer molesta para algunos porque rompe con los cánones de mujercita. Pero igual las que somos molestas somos mayoría, que no vamos a tragar con el ultraconservadurismo de la falsa progresía

Si vas a castigar mi ambición

Un amigo me contó una vez que el único problema que algunos hombres tienen con la ambición femenina es que les cuestiona, que les pone en tela de juicio. Estábamos tomando una cerveza y divagando sobre lo divino y lo humano de la vida. Pensé que no me vería en otra como esa: con un hombre tan diestro emocionalmente, en zona protegida por el vínculo de una amistad incipiente, capaz de sacar una teoría sobre el asunto. El júbilo del viernes hizo el resto en mi atrevimiento de formular una pregunta que llevaba años en mi cabeza.

¿Por qué crees que a muchos chicos jóvenes les molesta más que una chica les dispute un puesto de trabajo, que si lo hiciera un amigote suyo? Sorbo de cerveza, cara de angelito. El obús irrumpió en escena.

Avergonzado por la magnitud de lo que iba a soltar en mi cara, respondió tras algún rodeo. “Muchos piensan que si esa mujer ha podido lograr eso [un puesto de trabajo, ascenso, aumento de sueldo, beca] que yo ambiciono, aún a sabiendas de que lo tiene más difícil, porque es evidente que lo ha tenido más difícil para imponerse, para hacerse respetar, para que la tomen en serio… Entonces ¿En qué lugar me pone a mí eso, si yo por ser tío no he tenido ni la mitad de cuestionamiento?”. Son sus ataques de sinceridad, de masculinidad no tóxica, lo que le convierten en mi amigo.

Ese día llegué a la conclusión de que cuando a un hombre le molesta la ambición de una mujer es porque ve en su vuelo la pérdida de un papel de supremacía (intelectual, vital, moral, afectiva…) que cree que debería ejercer frente a ella, en su vida.

Digo expresamente la ambición de una mujer –podéis lincharme más abajo– porque no he visto equiparación con el caso de un hombre, cualquier amigo. En ellas, aún abunda la creencia de que hay que darles algo, cumplir una función en su vida, porque no basta con dejarlas ser, y punto. Ese algo es la tutela. Es el estar por encima de ella, más por ego suyo, que por incapacidad nuestra.

Muestra es que nadie intentará poner una sola traba a la ambición masculina, porque lleva siglos legitimada socialmente. Se le aplaudirá, se le alabará el gusto, o se le odiará por su voracidad profesional o en la vida. Será tu competidor, si eres chico, y también te molestará cuando otro hombre lo sea. Pero cuando lo sea una mujer, se despertará algo más que el mero instinto de competencia. Cuando tú seas la que ambiciona, se activará un temor más profundo dentro suyo: el cuestionamiento. Muchas de las mujeres con más poderío que conozco lo han vivido. 

Si ella era la competidora, se la trataba de usurpadora. Qué se habrá creído esta bruja, viniendo a buscar algo que no le corresponde. Si el competidor era su amigo, va de suyo que la naturaleza le hizo con derecho a reivindicar esas mieles del triunfo. Claro, es su sino. Cómo no iba a exigir alguien una justa correspondencia laboral, debido a su intelecto, sus capacidades, sus anhelos…

Duele, pero hay que decirlo en bruto para todas esas mujeres que no entienden el por qué de tanta inquina.

La segunda arista es el paternalismo. Cuántas veces se acerca alguien a explicaros lo que os conviene. Tan jovencita, educada… cómo vas a saber tú lo que te conviene, querida. El aire con que te hablan da tanta vergüenza, que te dan ganas de sacar tu biografía vital y recordarle todo lo que has hecho sin su consejo. Ni por un momento dudéis de lo que queréis vosotras: nadie lo sabe mejor ahí fuera. El sistema todo el tiempo te bombardea para que descarriles. Por favor, no cedas.

La última arista tiene que ver con el creacionismo. La mujer entendida como costilla de lo masculino. Creer que yo te he dado tu valía también es una forma de tutela. Como el jefe que aplaude y avala la ambición de un compañero, cuanto más se luce, más crack le parece. Qué legítimas suenan sus ansias de prosperar en su trabajo y en la vida. Hasta le ofrece de todo para que no se vaya, para se quede. Aunque él le creó profesionalmente, acepta su valía y su vuelo más allá de su dominio.

Pero de mientras, tu ambición se castiga de la forma más cruda: nada de prebendas, a ti te he creado yo, y te quedas con mis condiciones. Lo lamento, si tienes vuelo propio, o no te gustan, niña.

Así que si vais a castigar nuestra ambición, sed valientes y haced como mi amigo.
Si vas a castigar mi ambición, al menos dímelo a cara. Te espero.