Y es que Iglesias se ha erigido en pocas semanas como la bisagra bien engrasada, que no obstante, impidió catapultar al socialista hacia la presidencia ese 3 de marzo de 2016, día de la investidura fracasada de Sánchez. La estrategia distaba entonces de los postulados errejonistas sobre generar un círculo virtuoso de colaboración -competición con el PSOE. ¡De ningún modo! Podemos nació para darle el sorpasso –se infería sobre la actuación del partido morado, cuando el hoy viajero insigne del Falcon dejó el acta de diputado para evitar abstenerse ante Mariano Rajoy horas más tarde. O todo, o nada; ni sonrisas, ni amistades –parecían las consignas intrínsecas del jefe podemista, como testó la bancada socialista encendida ante el grito de “cal viva”.
Pero en horas bajas, Pablo ha abrazado la tesis “primero dirigir, luego gobernar” de Íñigo Errejón –paradoja, quien fuera defenestrado tras la afrenta de Vistalegre II. Pues urge ya demostrar a sus 5 millones de votos –menguantes, según varios sondeos– que Podemos nació también para ser útil al PSOE, mano a mano. Iglesias no sólo se ha moderado en las formas –sorprendió para bien su tono institucional con Aznar ante la comisión sobre financiación del PP. Es que ahora aprieta pero no ahoga. Esto es, que impuestos a los “ricos” sí, subir el salario mínimo también, empatizar con los plurinacionales y limpiar la cloaca, pero sin fijar líneas inflexibles que le impidan luego gustazos como alzarse en pie al grito de “¡Sí se puede!” al “desalojar” a Rajoy de la Moncloa. Aunque ello pase por jalear a un gobierno monocolor de 84 diputados.
Si bien, Pablo es Pablo y lo que puede arrastrar: nada menos que 97 votos, los suyos más PNV-ERC-PDeCAT. Con ellos comparte la aversión hacia un gobierno de PP y Ciudadanos, máxime a las puertas del juicio por el 1-O. Y sabedor de ello, se plantó en la cárcel el viernes para despertar el espíritu de la moción de censura. Esta vez, mitad para abordar las cuentas, mitad mensaje velado a los indepes sobre que sin unilateralidad no les darán combate –a diferencia de Casado y Rivera. Es en Lledoners donde Pablo se descubre como el brazo extensible para llegar a donde el PSOE no puede. Y lo hace acompañado de los Comunes –tripartit en el aire– que además promovieron la reprobación del Rey junto a ERC y JxCat, lo que Moncloa recurrirá contra el Parlament. Ahí la diferencia.
Y es en esa sala donde Junqueras sacude a Iglesias al recordarle que quiere los gestos del Gobierno de España. Aunque un no hipotético de republicanos y PDeCAT no parece ya tan malo con el acuerdo de presupuestos –o programa electoral, según se vea– firmado la semana pasada. Y se vuelve Pablo a Madrid, donde Pedro se frota las manos al ver que las encuestas insinúan un regreso de voto de Podemos a los socialistas. Y es ahí donde este empieza cabalgar contradicciones. Uno es útil, en tanto que sirva de algo. Y eso ha decidido ser Pablo: un vicepresidente en la sombra, capaz de gestionar la plurinacionalidad y fiscalizar a Sánchez, siempre que le dejen la medalla de las mejores sociales para a la siguiente ya no dirigirlos, ni reinarlos: sino vice-gobernarlos.