(Artículo originalmente publicado en 2015).
“Kasi” para su familia, “la niña” para el que fuera su mentor politico, Helmut Kohl, o simplemente Merkel para el resto de ciudadanos. A sus 61 años, Angela Dorotea Kasner no sólo cuenta con el título de Canciller de la República Federal de Alemania, sino también con el mérito de ser la mujer más poderosa al frente del proyecto comunitario. La Unión Europea, una organización supranacional que la ha situado en el blanco de todas las críticas –rebotándole el apodo de The Decider, y enfrentándola a millones de ciudadanos azotados por las medidas de austeridad– pero que le ha permitido reforzar un liderazgo incontestable, gracias a la satisfacción con la gestión llevada a cabo dentro de su Estado. Un mandato de más de 10 años, traducido en un 70% de popularidad, que a día de hoy la legitima para revalidar una victoria en una candidatura cuasi anunciada, para postularse como la mädchen de todos los alemanes en los comicios de 2017.
Hija de un pastor luterano y de una profesora de latín e inglés, la líder del partido Unión Demócrata Cristiana (CDU) nació con el virus de la política en la sangre –como consecuencia del contexto histórico que la auspiciaba–. Natural de Hamburgo, municipio entonces perteneciente a la República Federal (RFA), desde muy joven Angela tuvo que mudarse al otro lado del muro debido al trabajo de su padre –quien obtuvo un pastorado 80 km al norte de Berlín–, junto a su madre y sus dos hermanos. Un nuevo hogar, la República Democrática (RDA), donde creció y forjo su ideología política, enrolándose en las Juventudes Libres –organización de corte comunista– que la acompañaría en sus primeras andanzas como activista. Pero sería cuestión de tiempo –concretamente tres años– hasta que “Kasi”, aquella estudiante impecable y revolucionaria, amante de la física, que incluso llegó a doctorarse en cuántica –con calificación de sobresaliente– se convirtiera en Merkel y virase hacia doctrinas más conservadoras y demócrata-cristianas.
Es a Ulrich Merkel, primero de tres maridos y antiguo compañero de profesión, a quien la Canciller debe EL apellido del que no quiso despegarse –a pesar del divorcio– ni tras sus dos subsiguientes nupcias. Construida la marca, fue Despertar Democrático, un partido conservador formado antes de la caída del muro, quien la catapultó a los puestos de responsabilidad política como portavoz primero, y Ministra en la cartera de Mujer y Juventud, después, –tras las primeras elecciones democráticas en 1990 bajo el Gobierno del Canciller Helmut Kohl–. Este, el entonces Presidente de la CDU, que fue su delfín político, tutelando a mein mädchen (mi chica / mi niña), como él la solía llamar, para convertirla en una auténtica Jefa de Estado capaz de imponer su mandato frente a más de 80 millones de alemanes y 28 países comunitarios.
DE NIÑA PRODIGIO, A LÍDER DE LA CDU Y CANCILLER ALEMANA
Ambiciosa y estratega, tal vez pocos conozcan que Wolfgang Schäuble, entonces Presidente de la CDU y actual Ministro de Finanzas de Merkel, es uno de los escollos que Angela tuvo que derribar para hacerse con la dirección del partido. No sólo a él, también a su “padre político” Kohl, pues ambos mandatarios estuvieron involucrados en una trama de financiación ilegal; momento en que Angela supo jugar bien sus cartas, promoviendo la renovación de la cúpula del partido, e instigando la destitución de ambos. Así fue como la “niña” se hizo con el rango de Presidenta en el año 2000, siendo la primera mujer en lograrlo. Un auténtico hito para una figura femenina, autóctona del norte del país, y devota de la misma religión que su progenitor, el protestantismo; unos elementos diametralmente opuestos a las bases de la formación –un partido muy arraigada en el sur del país, entre población de raíces católicas y de profunda presencia masculina–.
Precisamente, unos orígenes que la CSU –la sección local del partido en Baviera– jamás vio con buenos ojos, promoviendo el sorpasso de Edmun Stoiber a Angela y postulándolo como candidato de la CDU para los comicios de 2002. Una estrategia fracasada, que no sirvió para derrotar al partido socialdemócrata (SPD) de Gerhard Schröeder, colocando a Merkel al frente de la oposición tras la dimisión de este. Tres años más tuvo que esperar la dama para volver a hacer historia en 2005, convirtiéndose entonces en la primera Canciller alemana mujer –y primera personalidad nacida en la RDA en lograrlo–, y segunda mandataria en investirse como Jefa de Estado de una economía del G8 –sólo superada por Margaret Thatcher–. Sin bien, el escaso margen entre los dos principales partidos –CDU 226 escaños, SPD 222– obligó a formar una Gran Coalición –una figura institucional típica en la política alemana, que alimenta el consenso por medios legales e institucionales, entre partidos y entre cámaras, como consecuencia del miedo y las desconfianza subyacente a las supermayorías democráticas que favorecieron el ascenso de Adolf Hitler durante la República de Weimar–.
Símbolo de poder, tanto en su persona, como en la forma cómo arquea las manos, el primer éxito electoral de la Jefa de Estado fue revalidado por un segundo en 2005 –cuando formó gobierno junto a los liberales, quienes cargaron con las consecuencias de la crisis, siendo expulsados del Bundestag para la siguiente legislatura– y también en 2013 –dando lugar a otra Gran Coalición con el SPD–. Sosteniendo a Europa entre sus palmas, Merkel sigue siendo hoy odiada por muchos y amada por otros tantos; una ambivalencia que la ha llevado a protagonizar sonados escándalos como el spot donde una actriz interpretaba a la Canciller, quien era abrazada por una mujer en actitud cariñosa, acompañada de la frase “¿Todo el mundo en Europa odia a Merkel? Aparte de esta mujer”. Una actuación subversiva con afán de contestar las declaraciones de Angela, cuando ésta afirmó bajo sus imperativos morales “el matrimonio es un hombre y una mujer que viven juntos”.
Una “niña” –aunque ya no tanto– que llenó las portadas de informativos y diarios tras hacer llorar a una chica palestina confesándole –una realidad amarga y flagrante que la muchacha llegó a agradecer– que no podía evitar que su familia fuese deportada, ni traer a Europa a todos los refugiados. Precisamente, la dirigente que tiene potestad para decidir si apuesta por dejar caer el Euro y el proyecto comunitario, o sigue avanzando hacia la integración política de los países de la UE. Una dama, que a pesar de las críticas dentro y fuera de su Estado, no ha dejado tan descontento a un censo que asegura en mayoría estar “satisfecho” o “muy satisfecho” con la Gran Coalición del SPD y CDU. Después de todo, una Canciller que parece acertar en el blanco a la hora de defender el conservadurismo religioso en Alemania, y atizar a los países del sur de Europea, exigiéndoles el pago de hasta el último euro de sus rescates. Porque a fin de cuentas, Angela Merkel –como cualquier otro mandatario– diseña su programa con precisión subatómica, orientándolo hacia los intereses de su target con el objetivo último de ser la Mädchen de sus ciudadanos: los alemanes.
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